sábado, 2 de febrero de 2013

En algún momento decidí irme lejos. No lejos donde marcan los mapas, se trata de otro tipo de lugares y fue hace mucho más tiempo del que podáis imaginar. Hubo una época en la que los cuentos se escuchaban en casetes: fue durante el mismo período en el que las alfombras llegaban hasta delante del reproductor para ofrecerme una plataforma desde la cual despegar. El medio urbano-rural, hastiado, resultaba mezquino para una niña. Allí no había paisajes lo suficientemente sorprendentes, buscaba otro tipo de horizonte donde poder llevar a cabo mis excitantes aventuras: el viaje al centro de la tierra, las playas y cuevas a las que llegaba Simbad, ¡Long John Silver jamás aparecería por pasajes tan insípidos! Así que tuve que irme, irme a través de mis oídos, siguiendo la voz de aquel loro que juraba no saber dónde estaba escondido el tesoro, aquel mismo tesoro que yo conocía perfectamente porque había recurrido en varias ocasiones a un libro de piedras preciosas para ponerles nombre y rostro a las gemas de mi botín. No sé cómo, imagino que de la forma más natural de todas, esas cintas se cambiaron por discos, circunstancia que aprovecharon los libros para hablarme de otras cosas. Todo transcurrió tan espontáneamente que no había reparado en que todavía no había regresado de mis hazañas, y solo me pude dar cuenta cuando ambas realidades empezaron a solaparse. Es por eso que ahora, cuando el agua puede aún verse sobre las plantas, en ese mismo medio urbano y rural que sigue siendo igual de cargante para las fantasías, me parece ver el brillo de una esmeralda, quizás un rubí si el agua decide pararse sobre una flor. Me siento en la batalla de el Álamo cuando cargo contra un ratón de campo que ha decidido colarse en casa, y el espíritu de Davy Crockett se apodera de mí. Es entonces cuando CSN&Y empiezan a retumbar en mis oídos: exploro los caminos a mi alrededor y el mar me gusta más cuando está picado. Sea como fuere, soy una exploradora, una pirata, una cowgirl, y ahora mi casa está allí donde haya atractivas empresas que abordar. De todas formas, es fácil hacerlo, ya he estado en todos esos lugares antes, Déjà vu.

sábado, 19 de enero de 2013

This is a man's world

A veces le cuesta a una encontrar la forma de expresarse, sobre todo cuando se tiene la sensación de venir de Marte. Hace aproximadamente unos cuantos siglos, yo había empezado un proyecto de blog en el que supuestamente, los discos y grupos referidos deberían evocar las distintas etapas de una vida aún en construcción; y hace aproximadamente unos cuantos siglos, tenía en mente hacer una entrada con Bikini Kill por bandera. Resulta que leo en Diagonal varios artículos en los que se alude al machismo -polifacético, como siempre- en el ámbito musical de lo mundano por excelencia: el pop (ya sea mainstream o indie), e inmediatamente me digo: "¡coño! ¡Y tanto que si! Ahora recuerdo que..."
...Que hace tres o cuatro años, cuando ya no vivía en Coruña pero no dejaba de visitarla, en una de mis continuas estancias hice una breve paradita en una multinacional que se dedica a la venta de discos, entre otras cosas (voy a evitar nombrar dicha tienda, que una tiene una reputación en base a unos principios, y no es cuestión de perderlos ahora). Pues con la potra que normalmente me acompaña en estas hazañas, me encuentro un disco de importación por 10 €: Kill Rock Stars, de Bikini Kill. No me lo pienso dos veces, me hago con él y quedo con el que por aquel entonces era mi ligue. Vinilero de vocación y profesión, no pudo evitar preguntarme qué es lo que llevaba en aquella bolsa, así que con toda la ilusión que caracteriza a una melómana con disco recién comprado debajo del brazo, lo saco y le digo: "No sé si las conocerás". No dijo nada, pero yo sabía que aquello que se me acaba de escapar por la boca era una grave afrenta para todo un Doctor de la música. Pues dicho y hecho: el que era el sabelotodo del rockabilly al garage, pasando por el blues y su puta madre, no conocía a las riot girls de Olympia. "Pues no, no las conozco", aceptó, no sin antes añadir "pero no tienes por qué ir a esa tienda, donde trabajo yo te podemos encargar lo que quieras". Después preguntó qué tipo de música hacían, pero creo que no le interesaba demasiado, pues pese a tener el tocadiscos encendido, decidió que lo que iba a sonar sería otra cosa. Pero ahí estaba 'su tienda', referente del buen gusto, del canon, de lo que debe ser oído y conocido. Qué pena no haberlo puesto a girar y que hubiese sonado Double dare ya, para dejarle las cosas claras. Kill Rock Stars es una compliación y puede que suene pretencionso decir que significa 'esto o aquello', pero también es una compilación la vida, los recuerdos y lo que tengo que decir: hay que matar a las 'estrellas', algunas para siempre y otras quizás para resucitarlas con una nueva máscara. La música, con sus letras y toda su escena, es un discurso que guarda varios códigos, y entre ellos están los mensajes nuevos que se crean cuando son recibidos por un público que no es el objetivo, o que desde luego, lo transforma bajo su visión. Soy una mujer que espera escuchar discursos en boca de féminas, pero también capaz de modificar todo un legado viril con originales significados. Puede que no haya sido la mejor acción haber comprado en aquella multinacional -suceso desde luego bastante incoherente con la obra de estas mujeres-, pero lo hice sola, sin una vocecilla a modo de conciencia diciéndome qué era lo que debía escuchar o comprar.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Nadie se puso en su piel

Todo el mundo esperaba que Courtney se quedase llorando en una esquina, acurrucada, o enloquecida en la calle, exacerbada.
'Celebrity Skin' no solo supuso el paso del grunge/punk de Hole al pop (transformación llevada a cabo a la perfección): como dice en Awful "if the world is so wrong you can break the mold with one song", y eso fue lo que hizo. Demostró poder ser toda una señorita si se lo proponía (pues el lavado de cara no fue solo para el grupo) y que la seda y la purpurina no estaban reñidas con su resistente personalidad. Cuando todos creían que nunca iba a despertar de esa horrible pesadilla en la que se veía envuelta desde 1994, reaparece cuatro años después con un álbum donde deja a todos en su lugar, y lo hizo sin despeinarse. Colaboraciones (Billy Corgan), letras elaboradas y glamour al más puro estilo Hollywod. Me hice con el cd a los 16 o 17 años y aunque a veces los temas me envolvían en una especie de melancolía o rabia ineludibles, el mensaje latente era de esperanza. Doce canciones que sé que debo escuchar cuando las cosas no salen según lo planeado y parece que no hay vuelta atrás. Y de eso se trata: de no volver atrás, sino forjarse un lugar en el futuro más inmediato.
Hole pasó del punk al grunge y del grunge al pop sin venderse por el camino (a mi eso me inspiró a la hora de hacer lo que me diese la gana siempre y cuando no dejase de ser yo). Lo hizo con una frontgirl excéntrica, vestida con todo tipo de problemas pero que siempre tuvo algo muy claro: no iba a digerir un destino que no consideraba como suyo.

lunes, 26 de septiembre de 2011


El verano de mis 16 lo pasé currando. Me levantaba a las 6:00 y antes de las 14:00 ya me había recorrido todos los supermercados de la zona. A mi paso, una estela de yogures perfectamente colocados. El trabajo lo realizaba en pareja, con una amiga de mi madre que llevaba unos años en la empresa. Íbamos en su coche, donde me torturaba con un irritante gusto “musical” a todo volumen. La única solución era  arrastrarse por el asiento y dejarme escurrir hasta que mi cabeza no se viese a través de la ventanilla -¿no era suficiente castigo desear que comenzasen las clases para poder, al fin, levantarme a las 7:00?-
Todo se podía soportar, todo excepto hablar con los compañeros. Me imaginaba que los habían reclutado a las afueras, con un sello en la frente indicando que todos ellos tenían la enseñanza media y estaban dispuestos a defender su puesto como si de un alto cargo se tratase. Entre el frío de los frigoríficos y la zafiedad estaba rodeada, así que para matar el tiempo me dedicaba a dos cosas:
a determinar el carácter de la gente según los yogures que compraban (por ejemplo, los que religiosamente acudían cada día a por unos naturales con fibra, también conocidos como “estreñidos”, o los que esperaban a que yo terminase para coger los que más atrás estaban, causando caos en las neveras, a.k.a. “toca huevos”); la segunda de mis ocupaciones era la de robar imanes. Venían en las tapas y para saber qué letra te tocaba solo tenías que retirar un poco una pegatina. No tenía muchos días libres, pero las tardes las podía dedicar a lo que quisiese. Harta de la playa, decidí ir con un amigo a Santiago. Tropezamos con una tienda de discos y como sabía que lo que iba a hacer no se repetiría en mucho tiempo, entramos. Quién sabe si influenciada por un trabajo por el que apenas me pagaban,  compañeros grises en alma y cuerpo, el grunge y la rabia noventera se apoderaron de mí. Elegí 2 cd’s de todo el montón: Dirty, de Sonic Youth (con todas esas fotos de adorables y lanudos muñequitos en el interior del libreto) y el Screaming Life/Fopp de Soundgarden (no sé si para recordarme que hubo un tiempo en el que Chris Cornell era el prototipo de hombre sexy y melancólico).
Al día siguiente, de nuevo los yogures.
Eso si, con la banda  sonora más taciturna que hubiesen podido llegar a desear nunca.

martes, 30 de agosto de 2011

Sobrevivir al verano

Fue el verano pasado, en la feria del vinilo que tuvo lugar en el Agente Naranja (pub beat donde los haya, quizás demasiado para la aldea donde está ubicado). Trabajaba en Portonovo y vivía allí, acogida en el piso de mi madrina.
Cuando salí del hotel aquel día (buena ocupación la de recepcionista si eres amante de la lectura), fui por casa a cambiarme y a coger algo de dinero. Recuerdo que llevaba un vestido rojo con lunares blancos y unas plataformas blancas también, de las que me había enamorado esa temporada. Parecía que me habían sacado de alguna película de Austin Powers, pero decidí que era el look ideal para semejante acontecimiento.
Pasé por el zulo donde quedaban mis colegas, esperando que alguno de ellos sacrificase aquel día de playa para acompañarme a tomar algo hasta el bar y quién sabe si comprar algún disco. Pero era demasiado imaginar, no está hecha la miel para la boca del asno. Por suerte allí había una chica tan aburrida como yo que cedió a acompañarme. Pedimos unas cervezas y hurgamos por todo lo que en aquellas cajas había. Ella se compró un libro y yo me hice con un sencillo de The Hellacopters para regalárselo a un amigo que estaba allí de vacaciones unos días y no había podido asistir (¡luego resultó que llevaba años buscando la cara B de aquel 7 pulgadas y fue el regalo del siglo sin haberlo planeado!). Para mí, la dosis de macarrismo que pedía mi cuerpo para sobrevivir a lo que quedaba de estío con un mínimo de dignidad y actitud: el '¡¡¡Viven!!!' de Wau Y Los Arrrghs!!
El desamor no era lo mismo si de banda sonora tenías Dicen  y tu fama de pendenciero no caía cuando ponías Copa, Raya, Paliza.  ¿Quién quiere más para resistir? A mi me resultó. 

viernes, 19 de agosto de 2011

De impresión

Esta vez el inseparable dúo (Ara y yo) nos  habíamos  repartido un discman con sus respectivos cascos para sobrevivir al mal gusto musical presente en el ambiente festivo de final de trimestre. No sé muy bien por qué, pero habían decidido hacer unas clases improvisadas de bachata en nuestro último día de instituto  antes de vacaciones. Tenían un radiocasete y estaban situados al final de la clase: nos ganaban en número y volumen, así que resignadas, nos sentamos en nuestros pupitres y pusimos el último disco que me habían regalado, ‘First impressions of earth‘. Fue el año en el que los Arctic Monkeys habían debutado y el indie/rock estaba resurgiendo. Aunque nosotras pensábamos que los de Sheffield habían venido a salvar el  mundo (idea que se desvaneció nada más escuchar su 2º disco), la voz de Julian Casablancas era más potente para evadirnos del ridículo espectáculo que se estaba llevando a cabo en la clase. Recuerdo que a Ara se le durmió una pierna y empezó a golpear el pie contra el suelo. Entonces, la profesora nos miró y dijo: “Shhhhhh, escuchamos música pero en silencio”. ¡Qué indignadas estábamos! No solo habían acaparado el reproductor de música y gran parte del perímetro, lo que nos obligaba a estar sentadas escuchando música solo por un oído recluidas en unas esquina de la aula, si no que no podíamos ni hacer el más mínimo gesto. Después comprendimos que la profesora había creído que aquel pataleo era una muestra de nuestra “furiosa” actitud rock que tan bien debimos mostrar a lo largo del curso para ser increpadas de esa forma. Pienso que eso nos animó un poco en nuestro interior y seguimos canturreando Vision of division. Puede que estuviésemos incomprendidas, en una esquina, pero hasta el más cazurro de ellos sabía de qué rollo íbamos.
A día de hoy, 5 años y medio después, ella todavía guarda el libreto de ese Cd. A veces, cuando hace limpieza y ordena su habitación me dice "Hey, ¿a que no sabes qué encontré el otro día? ¡El libreto de tu disco de los Strokes!" Pero, ¿para qué lo quiero yo ahora? Decirle que me lo devuelva sería como pedirle el divorcio.

domingo, 7 de agosto de 2011

Domingo maldito

Hace dos años vivía en Coruña. Como todos los eventos a los que acudí en esa ciudad, la Feria del vinilo me pilló de resaca.
Semanas antes había visto carteles por todas partes y aun así seguía sin saber dónde estaba el Jazz Café. Pese a mi horrible sentido de la orientación y a la lluvia, llegué caminando hasta el bar aquel Domingo gris de Octubre de calles desiertas. Dentro, unos hombres vestidos de rockeros con tatuajes hasta el cuello y tupés engominados probaban algunos vinilos en el tocadiscos al lado de la barra, mientras un padre mostraba orgulloso a su hijo la música que escuchaba cuando era joven. Yo fisgoneaba en las cajas mientras bebía un café tras otro, y entre sorbos me hice con una edición original de ‘The White Album’ (The Beatles) y otra de ‘Damned Damned Damned’ (Damned). Pagué mi cuenta al camarero, que amablemente me indicó donde cobraban los discos; me acerqué hasta el final de la barra, cerca de la puerta, donde un señor me atendió y guardó mis nuevas adquisiciones en una bolsa mientras me comentaba la posibilidad de dejar mi número de teléfono si estaba interesada en que me avisaran la próxima vez que organizasen la feria. Abochornada, sin saber cómo explicar que mi único contacto era un teléfono fijo que debía consultar en una servilleta cada vez que me hacía falta, intentando ocultar una etílica y común historieta por la cual había perdido mi móvil, bajé la cabeza para sacar dinero de la cartera que llevaba en el bolso, cuando para mi sorpresa, el vestido se me había desabrochado más de lo que yo hubiese imaginado pero menos de lo que ellos hubiesen deseado. “Libres Domingos y domingas”, pensé. Y me fui riendo sola, deseando llegar a casa cuanto antes para escuchar Neat neat neat.