domingo, 7 de agosto de 2011

Domingo maldito

Hace dos años vivía en Coruña. Como todos los eventos a los que acudí en esa ciudad, la Feria del vinilo me pilló de resaca.
Semanas antes había visto carteles por todas partes y aun así seguía sin saber dónde estaba el Jazz Café. Pese a mi horrible sentido de la orientación y a la lluvia, llegué caminando hasta el bar aquel Domingo gris de Octubre de calles desiertas. Dentro, unos hombres vestidos de rockeros con tatuajes hasta el cuello y tupés engominados probaban algunos vinilos en el tocadiscos al lado de la barra, mientras un padre mostraba orgulloso a su hijo la música que escuchaba cuando era joven. Yo fisgoneaba en las cajas mientras bebía un café tras otro, y entre sorbos me hice con una edición original de ‘The White Album’ (The Beatles) y otra de ‘Damned Damned Damned’ (Damned). Pagué mi cuenta al camarero, que amablemente me indicó donde cobraban los discos; me acerqué hasta el final de la barra, cerca de la puerta, donde un señor me atendió y guardó mis nuevas adquisiciones en una bolsa mientras me comentaba la posibilidad de dejar mi número de teléfono si estaba interesada en que me avisaran la próxima vez que organizasen la feria. Abochornada, sin saber cómo explicar que mi único contacto era un teléfono fijo que debía consultar en una servilleta cada vez que me hacía falta, intentando ocultar una etílica y común historieta por la cual había perdido mi móvil, bajé la cabeza para sacar dinero de la cartera que llevaba en el bolso, cuando para mi sorpresa, el vestido se me había desabrochado más de lo que yo hubiese imaginado pero menos de lo que ellos hubiesen deseado. “Libres Domingos y domingas”, pensé. Y me fui riendo sola, deseando llegar a casa cuanto antes para escuchar Neat neat neat.

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